niñaturas parte I


se ubicó en la esquina de una enorme mesa cuadrada, de esas que intentan ser redondas. se sentó en una silla de grandes, aunque sus little piernas con soquetes y puntillas que siempre detestó y que *cómo pican, no los quiero me aprietan los tobillos, quedaban colgando, y su flequillo cuadrado daba justo en el borde de la mesa. 

desde allí miró a su abuela, con sus ruleros y sus anteojos de carey pasados de moda, que cada verano le cosía payanas nuevas. *dale, vení ahora que el abuelo se va, y ponemos el ventilador y dormirmos al fresco, que la calor está fuerte. y el silencio del pueblo, y los silbidos de los plátanos, y a veces la vecina que pasaba por el zagúan y *elsa qué linda está su nieta eh, cada vez más grande. un día iba a detestarla, a llorar toda su rabia antes del pan dulce, a vomitar el turrón y los regalos navideños. pura mierda pueblo idiota, buenos aires me pudre y esta ciudad me carcome, con todo su pasado sobre mis pequeños hombros. *la yolanda maribel un día salvará al mundo, elsa.

al lado su padre. pausa. abro paréntesis. cierro. asterisco y *la yolanda maribel te salvará, después de la siesta y antes del verano. mis palabras son malas, y qué más da.

creyó que alfredo jamás moriría, como su padre. como el ventilador de la cocina, que nunca dejaba de *clic-clac-clic-clac a la hora de la siesta. que es lo único que se escucha, lo único que se mueve. y que a las doce la chata estaciona, elsa se apura a sacar la milanesa del fuego y en un salto casi acrobático la deja en la mesa, al mismo tiempo que le echa un huevo frito encima, antes de que la puerta del zaguán se abra. y la carrera de tc 2000, y alfredo que terminaba de comer y jugaba con mis dedos, todavía siempre tan pequeños y débiles. odiaba que los retorciera mientras se reía a carcajadas. la asustaban sus dientes marrones *que por el agua mala. *que por la rabia, a yolanda maribel no se la engaña.

clic-clac-clic-clac, el ventilador y el silencio. muerta la milanesa, muerto el huevo frito, muertos mis dedos, y sus dientes, y los ruleros de la abuela, moríamos todos en una siesta de pueblo interminable, y todos los tiempos se mezclaban, como los tiempos verbales de este recuerdo, como las palabras malas que guardé desde ese rincón de la mesa, debajo de mi flequillo, con mis little piernas colgando de la silla. 

lo que ella aún no sabía, era que la yolanda maribel salvaría todo, incluso sus niñaturas. ay de mí.

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