I

los adoquines son muy pintorescos, pero también muy traicioneros. yolanda caminaba despacio, como si nadie la siguiera -siempre supo que estaba buscándola, pero no sospechaba que estaba por encontrarla. cada tres pasos, sus tacos aguja se enredaban entre las piedras, se calzaban como empacados. entonces yolanda maniobraba, movía elegantemente sus rodillas como si estuviera bailando un tango, y cuando al fin lograba rescatar el zapato, daba otro paso. y así.
había llovido, y los adoquines estaban brillantes. reflejaban las luces de los autos, los faroles de la plaza, hasta la bombacha que yolanda estrenaba debajo de su pollera con volados. a yolanda le gustaban los volados, como a morena. los volados son tu cumbia, yolanda, y también tu glamour decía morena cuando algunas tardes se juntaban a inventar collares de perlas.
caminó unas cuantas cuadras, tantas como sus tacos aguja se lo permitieron. y en una esquina se detuvo. mi corazón se paró, morí por un instante, y volví a nacer cuando confirmé que no, no me había descubierto todavía. 
se sentó en el cordón de la vereda, con las piernas abiertas. nunca te vi tan linda, yolanda, y hubiera jurado que eras de las que se sientan con las piernas abiertas, que se te ve la bombacha y qué más da, si total no tenés nada malo que esconder. 
sus ojos estaban calmos, pero tristes. miraba para todos lados y yo, me escondía entre las azucenas. los hombres pasaban a su lado, se detenían a mirar sus tetas. ella les clavaba sus ojos negros, fulminantes, y huían. tan cobardes ustedes, ratas inmundas susurraba por lo bajo. gritales yolanda, no temas.
descubrí que esperaba a alguien: sus manos temblaban como dos papeles y sus labios, debajo del rouge colorado, estaban azules y fríos. sus rodillas no paraban de bailar, de moverse como si también buscaran algo.
estuvo allí algunas horas, sin que sus dedos dejaran de moverse, sin que sus ojos buscaran a alguien, sin que sus piernas se amigaran. y los tacos que seguían empacados.

volvió a llover, como hacía un rato. yolanda se mantuvo quieta, como si nada sucediera. pronto sus pelos despeinados goteaban sobre el escote. su rimel estaba corrido como el de maría cuando se levanta, sí, así mismo. llovía tanto y yolanda tan mojada, que dudé si no estaría llorando. sus ojos abiertos y enormes como los faroles de la plaza, tan húmedos ellos, tan esperando, como yolanda, como sus rodillas, como yo entre las azucenas. llorá yolanda, nada peor puede pasarte. quizás no venga, seguramente te abandone de nuevo, como ayer y como mañana. 

ojalá supieras que entre las azucenas, alguien piensa lo bonita que estás esta noche.

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