"...su tallo elevará los cuerpos, sus flores refrescarán la memoria y su fruto enriquecerá las almas. he aquí la inevitable salvación, la contundente trascendencia natural de los hombres"

llegué a casa y las ventanas furiosas golpeaban las paredes. el agua entraba a chorros, inundando la cocina, los sillones descosidos, el televisor prendido. subí corriendo la escalera y te busqué, yolanda, con la desesperación de quien ha perdido su brújula cósmica. pero el cielo está tan lejos y los pulmones, más ansiosos que nunca, comienzan a querer tragarse el agua. y entonces el cuerpo se mueve más rápido, los músculos, torpes y espásticos y los ojos se abren grandes, como pidiendo auxilio.

corriendo bajo las escaleras y las subo una, dos, cuatro veces. recorro cada rincón de la casa, mientras sospecho que se sigue inundando, que el agua se pasea por los pasillos, mojando mi cama, los libros, los garabatos amontonados en el piso de parquet.

me asomé al balcón y ahí estabas tan empapada, abrazada a tus flores, a todo cuanto tenías en el mundo. tus ojos cerrados parecían llorar, aunque en verdad toda vos estabas envuelta por la lluvia. quisiera poder dibujarte, yolanda, al contorno de tu cuerpo al descubrirte, tan solo si hubiera quedado algún papel sin mojarse. trazaría un círculo casi perfecto, pero débil y temeroso: tus rodillas debajo del mentón, los pies cruzados sosteniendo tu torso, los brazos abrazados a la palta, como si de ello dependiera que no se acabe el mundo. tus pelos despeinados como siempre, goteando agua y tierra y arena. no sé de qué playa habras traído la arena, a vos siempre te gusta estar en éste y otro lugar al mismo tiempo. 

te juro yolanda que temí que al tocarte, alguno de tus vértices se desvaneciera, que tus pequeños huesos se desplomaran  junto con el agua, que te pierdas en los charcos y cayeras por la escalera. oh, cuanto temí que eso ocurriera.

de pronto miré la habitación y el agua, ya se había llevado todo. nadé hasta el pasillo, para ver si todavía quedaban libros en la biblioteca, quizás podía leerte alguno de esos cuentos que tanto te gustan. ya nada quedaba a salvo. 

noté pronto que mis pulmones todavía no habían respirado, y de nuevo la desesperación, y de nuevo volví con desesperación a buscarte. tus brazos se aferraban tan fuerte a la palta, inmóvil, que con nada logré moverte.  decidí entonces que podría llenar mis pulmones con agua, que quizás no fuera tan malo. y que entonces, los libros ya no me servirían, que extrañaría andar en bicicleta y desayunar con él por las mañanas, pero que todo eso no estaba en la casa, que afortunadamente nada de eso se había ido con la tormenta. que jamás podría llevárselo. 

entonces abracé fuerte a yolanda, a la bicicleta y a los desayunos acielados, con toda la fuerza que encontré en ese insignificante rincón del planeta. escuché su llanto, y su miedo, y su desesperación de siempre y de ahora y de todos los tiempos. la protegí como pude, como nunca nadie la protegió hasta hoy, y de pronto fuimos una misma.

no sé cuanto tiempo pasó, yolanda, si unas horas o algunos meses, pero finalmente la lluvia paró. las ventanas dejaron de golpear, los libros quedaron estancados en el barro y la palta, la palta, yolanda, la palta era tan enorme que cuando miré alrededor tuve que mirar hacia abajo, porque vos, yolanda, aferrada al tallo y yo, yolanda, aferrada a vos, estabamos casi surfeando las nubes, mirando el sol salir, orgullosas de todo lo que la palta (y nosotras) había(mos) crecido esa mañana.

1 de febrero de 2012
*hora de verano del pacífico *

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