tenía cinco plantas nuevas, que en realidad todavía no eran plantas. su responsabilidad, de hecho, era que finalmente lo fueran. cuánta responsabilidad para alguien tan pequeño, dirás, mirtha, y tendrá usté razón. pero esas cinco plantas no necesitaban tanto más que agua y canciones de amor, cada mañana, antes de que el sol caliente la tierra y después de que perdiera la humedad de ayer. a veces las acomodaba en círculo, una al lado de la otra, que se toquen para que no se sientan solas, y bueno si alguna se caía, pues entonces levantala, ponela de pie, no dejes que la tierra se caiga, que la semilla se seque, que la planta muera. yolanda, no la dejes. 

a veces creía que las plantas crecerían con el pensamiento. no subía a regarlas, le costaba demasiado esfuerzo; y sin embargo dedicaba largos ratos de la mañana a pensar en ellas. las imaginaba creciendo, rompiendo la tierra con toda la fuerza del universo, sacando sus primeras extremidades de vida, todavía tiernas pero tan fuertes, tan fuertes que podrían destrozar cualquier muralla. bueno, eso al menos imaginaba. y verdaderamente creía, estaba convencido, de que eso bastaba para que sucediera. los actos de psicomagia no existen, son puras mentiras, dirás, mirtha. pero te juro que podrías algún día llegar a creer que con semejantes pensamientos, tan dulces y reales ellos, las cinco plantas nuevas podrían convertirse en tales.  algún día lejano, sí, claro. en serio, creerás que una mañana finalmente agrietarán la tierra, que verán por primera vez la luz del sol, que lo saludarán hoy y hasta siempre, y que pronto serán plantas, luego arbustos frondosos, y que un día, como él deseaba, serían árboles con una casita en la copa. allí prepararía el té, y la invitaría a ella a merendar los domingos a la tarde. 

¿no crees, mirtha, todo lo que te digo? pobre de tí, que seguirás tomando agua mineral en tu pileta, mientras él y yolanda, con su innegable pequeñez y su imaginación tan enorme, tomarán el té en la casita del árbol. 

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