he creído en lo imposible
mientras sospechaba del tiempo
he susurrado palabras malas,
las he escrito con fuego
sobre la piel descompuesta
de esas criaturas monstruosas
he destrozado algunas veces
varias quizás
-no interrumpa-
esas fotos color sepia que guardaba usté en su cómoda
con tanto amor por un pasado rancio,
más por el tiempo que por las cosas
he sobrevolado esos precipicios
desde donde me tiraba cuando chica
después, claro,
de haber muerto varias veces
he trepado sus paredes
arañando los ladrillos
hundidas mis uñas en el adobe
pero
sepa usted que sí estoy viva,
que no ha podido vencerme
y que tampoco yo me he
-aún-
destruído
que mis uñas aún crecen,
y que mis pies todavía
recuerdan cómo volar
y aquí voy,
otra vez de nuevo
Instrucciones para (no) morir de amor
1. Gire usted su cabeza hacia la derecha, sobre la línea de traslación y no de rotación
2. Intente leer las letras azucaradas. Inténtelo las veces que le sean necesarias, hasta lograrlo. Si no sabe leer, pida ayuda a algún artefacto cercano, y prosiga con el paso 4.
3. Léalas tres o cuatro veces, hasta descubrir la palabra dulce. No la palabra "dulce", sino la dulce palabra, entiéndase.
4. Recítela unas cuantas veces: "cielito", "cielito", etc. Repita la palabra tantas veces como su cerebro pueda reconocerla sin extrañarse.
5. Cuando ya no entienda de qué palabra se trata, deténgase.
6. Cierre los ojos, respire hondo y disfrute del sabor dulce que bajó al abrise la glotis para pronunciar la primera sílaba, atravesando el esófago junto a la segunda, y filtrándose entre las costillas una vez que dio voz a la tercera. Pronto, sentirá que la palabra se hunde violentamente en su corazón.
7. Atención: está usted al borde de un paro cardio-respiratorio. Verá: la glucosa molestará un rato en el pecho, hasta amigarse con las paredes viscosas de su corazón intrépido, así que no desespere. Siéntese al lado de una ventana, si es posible florida, de manera tal que el aroma de los jazmines le confirmen que está usted todavía vivo.
8. Intente volver al paso 4, y prosiga con los siguientes, hasta que crea haber sufrido entre ocho o diez infartos, o hasta que los jazmines pierdan todo su aroma.
8. Disfrute, usted ahora lleva en sus venas la sangre dulce del amor.
(dedicado a maría lluvia, narradora de instrucciones memorables)
se inundó la casa y nada quedó a salvo
excepto nosotros
que cuando nos soltamos de un abrazo tan eterno
tan fuera del tiempo de las tormentas
y tan dentro del tiempo de los comienzos,
escuchamos a ícaro mover su alas
y acercarse al sol mientras
cantaba nuestras fantasías
y abría el cielo en dos mitades perfectas
allí mismo,
ante nuestros ojos ya no tan empapados
excepto nosotros
que cuando nos soltamos de un abrazo tan eterno
tan fuera del tiempo de las tormentas
y tan dentro del tiempo de los comienzos,
escuchamos a ícaro mover su alas
y acercarse al sol mientras
cantaba nuestras fantasías
y abría el cielo en dos mitades perfectas
allí mismo,
ante nuestros ojos ya no tan empapados
"...su tallo elevará los cuerpos, sus flores refrescarán la memoria y su fruto enriquecerá las almas. he aquí la inevitable salvación, la contundente trascendencia natural de los hombres"
llegué a casa y las ventanas furiosas golpeaban las paredes. el agua entraba a chorros, inundando la cocina, los sillones descosidos, el televisor prendido. subí corriendo la escalera y te busqué, yolanda, con la desesperación de quien ha perdido su brújula cósmica. pero el cielo está tan lejos y los pulmones, más ansiosos que nunca, comienzan a querer tragarse el agua. y entonces el cuerpo se mueve más rápido, los músculos, torpes y espásticos y los ojos se abren grandes, como pidiendo auxilio.
corriendo bajo las escaleras y las subo una, dos, cuatro veces. recorro cada rincón de la casa, mientras sospecho que se sigue inundando, que el agua se pasea por los pasillos, mojando mi cama, los libros, los garabatos amontonados en el piso de parquet.
me asomé al balcón y ahí estabas tan empapada, abrazada a tus flores, a todo cuanto tenías en el mundo. tus ojos cerrados parecían llorar, aunque en verdad toda vos estabas envuelta por la lluvia. quisiera poder dibujarte, yolanda, al contorno de tu cuerpo al descubrirte, tan solo si hubiera quedado algún papel sin mojarse. trazaría un círculo casi perfecto, pero débil y temeroso: tus rodillas debajo del mentón, los pies cruzados sosteniendo tu torso, los brazos abrazados a la palta, como si de ello dependiera que no se acabe el mundo. tus pelos despeinados como siempre, goteando agua y tierra y arena. no sé de qué playa habras traído la arena, a vos siempre te gusta estar en éste y otro lugar al mismo tiempo.
te juro yolanda que temí que al tocarte, alguno de tus vértices se desvaneciera, que tus pequeños huesos se desplomaran junto con el agua, que te pierdas en los charcos y cayeras por la escalera. oh, cuanto temí que eso ocurriera.
de pronto miré la habitación y el agua, ya se había llevado todo. nadé hasta el pasillo, para ver si todavía quedaban libros en la biblioteca, quizás podía leerte alguno de esos cuentos que tanto te gustan. ya nada quedaba a salvo.
noté pronto que mis pulmones todavía no habían respirado, y de nuevo la desesperación, y de nuevo volví con desesperación a buscarte. tus brazos se aferraban tan fuerte a la palta, inmóvil, que con nada logré moverte. decidí entonces que podría llenar mis pulmones con agua, que quizás no fuera tan malo. y que entonces, los libros ya no me servirían, que extrañaría andar en bicicleta y desayunar con él por las mañanas, pero que todo eso no estaba en la casa, que afortunadamente nada de eso se había ido con la tormenta. que jamás podría llevárselo.
entonces abracé fuerte a yolanda, a la bicicleta y a los desayunos acielados, con toda la fuerza que encontré en ese insignificante rincón del planeta. escuché su llanto, y su miedo, y su desesperación de siempre y de ahora y de todos los tiempos. la protegí como pude, como nunca nadie la protegió hasta hoy, y de pronto fuimos una misma.
no sé cuanto tiempo pasó, yolanda, si unas horas o algunos meses, pero finalmente la lluvia paró. las ventanas dejaron de golpear, los libros quedaron estancados en el barro y la palta, la palta, yolanda, la palta era tan enorme que cuando miré alrededor tuve que mirar hacia abajo, porque vos, yolanda, aferrada al tallo y yo, yolanda, aferrada a vos, estabamos casi surfeando las nubes, mirando el sol salir, orgullosas de todo lo que la palta (y nosotras) había(mos) crecido esa mañana.
1 de febrero de 2012
*hora de verano del pacífico *
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